Relación parental en el marco
de la psicología perinatal
Cuando hablamos de relaciones de madres-padres e hijo/as en la niñez no podemos sino preguntarnos ¿Cuándo comienza esa relación?, ¿Cómo deviene una mujer en madre?, ¿Qué convierte a un hombre en padre?, ¿Se puede ocupar el lugar de madre y padre al mismo tiempo?.
Cuando nos hacemos estas preguntas, pensamos más allá de la dimensión genética y biológica que nos pertenece, estamos considerando la complejidad que abarca el vínculo entre madres-padres e hijos, en sus dimensiones psíquicas y socio-afectivas, las cuales se construyen desde mucho antes del nacimiento, incluso mucho antes de la gestación.
Para situarnos en esta temática vamos a traer el legado de Serge Lebovici y Victor Guerra, exponentes y auténticos investigadores de la psicología perinatal en el período de puerperio y primera infancia, etapa donde se instala el vínculo entre las madres-padres y bebés.
Lebovici postuló que el vínculo afectivo entre madres-padres e hijos/as precede al acto de nacimiento a través de las fantasías parentales, es decir, las fantasías parentales corresponden a las proyecciones que los progenitores desarrollan sobre su bebé. Dichas fantasías y proyecciones pueden ser conscientes e inconscientes y están teñidas e influenciadas por la historia familiar y personal de cada uno. En esta historia personal y familiar están acunados los “fantasmas” inconscientes, de alguna forma, las imágenes simbólicas e internalizadas en la psiquis, lo que da forma a la relación con el bebé y permite que la relación se desarrolle de acuerdo a ritmos, encuentros y tonalidades afectivas que van a variar según progenitor, y también según la experiencia del mismo progenitor.
Los fantasmas parentales en el vínculo madre-hijo/a o padre-hijo/a articulan la experiencia epigenética del progenitor en base a sus vínculos familiares y sus vivencias como hijo/a. No se puede controlar todo lo que “traspasamos” a nuestros bebés en el
espacio inter-psíquico, pero sí podemos partir pensando en qué madre o padre me quiero convertir, qué maternidad o paternidad quiero ejercer, y orientarnos en eso, teniendo consciencia de quiénes somos, incluyendo nuestros propios fantasmas.
Por otro lado, Victor Guerra trae el concepto de intersubjetividad como aquél espacio compartido entre madre-bebé o padre-bebé donde ambos construyen su relación. Este espacio está pauteado por ritmos, existiría un diálogo rítmico y un diálogo tónico en el acoplamiento entre bebé y madre, referido a ése espacio de comunicación no verbal y corporal, que va a representar sensaciones de placer (o displacer) durante el encuentro entre ambos. El abanico afectivo de cada progenitor va a estar determinado por factores biográficos, culturales y biológicos, y juegan un papel esencial en el espacio de intersubjetividad entre progenitor y bebé.
Cuando la madre se encuentra con el bebé, ambos necesitan tiempo para conocerse, tiempo para leer sus necesidades, tiempo para interpretar sus gestos, tiempo para acoplarse, tiempo para sorprenderse y tiempo para amarse.
Este ajuste, trae consigo muchos cambios en la vida de la mujer y en la del progenitor, ya que si antes había pareja, ya no son dos, ahora son tres.
A su vez, tampoco es lo mismo, ocupar el lugar del primer hijo/a, que del segundo o tercero. Ya que el segundo y tercer hijo/a se encuentran con una madre más experimentada, y/o también con un padre más experimentado y/o con un hermano/a que ya tiene un lugar en la familia.
Como decía Lebovici, “el bebé no es sólo un recién llegado al mundo físico, sino también al mundo emocional de los padres”. Y en este mundo emocional, existiría un ritmo de encuentro y acoplamiento, Guerra postula que el ritmo va marcando el compás en la relación.
Entonces, ¿qué es lo que convierte a una mujer en madre?, ¿y a un hombre en padre?.
Cuando preguntamos esto aparecen respuestas que van más allá de la genética y de la epigenética, aparecen capacidades y habilidades humanas que también están atravesadas por la cultura y las generaciones tales como: la capacidad de cuidar, la capacidad de amar, la entrega incondicional, el gran trabajo de la crianza, la capacidad de colocar límites y ritmos en el mundo del lactante, eso que marca los hábitos del día a día.
También podemos distinguir la capacidad de acople a lo largo del tiempo con ése mismo hijo que primero es bebé, que en otro período es niño, y que en otro momento se convierte en adolescente.
Es curioso, que un hijo/a pueda encontrar roles muy distintos en sus progenitores, y a su vez algo en común en este espacio intersubjetivo donde se encuentran las fantasías inconscientes de ambos. Es en este espacio donde un hijo/a va creando y desarrollando su identidad.
En este punto también podemos tocar las familias monoparentales, donde los mismos roles se depositan sobre una persona singular, o por otra parte, las familias extensas, donde el niño/a se cría con los abuelos, abuelas, tíos, tías, y en este caso, tanto el modelo conductual como el imaginario afectivo de cada uno de los miembros se hace permeable en la construcción de la base afectiva de ese bebé.
El vínculo entre padres e hijos es una danza compleja que combina fantasías inconscientes, ritmos biológicos y un profundo diálogo emocional.
La psicología perinatal, al nutrirse de estas perspectivas, se convierte en una herramienta esencial para acompañar a las familias en su viaje emocional, reconociendo que el bienestar de los padres y del bebé están intrínsecamente conectados.
Ps. Valeria Salas
